Martes 8 de junio de 2021
EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ
EL PERDÓN
Por Ramón Durón Ruíz (†)
E |
l gran Baobab, es un extraordinario
cuento africano de François Vallaeys, que hoy transcribo para usted: “Cierto día un conejo fue de paseo por la gran
sabana, saltando entre los campos, disfrutando del aire de la mañana, de
pronto, se levantó el padre Sol y llegó el calor. El conejo buscó como loco la
sombra de un árbol para descansar, delante de él vio un baobab.
El conejo se acercó ante el gran
baobab y le dijo: — Por favor, préstame tu sombra. Éste con
gusto, le prestó su sombra. — ¡Gracias baobab! −dijo el
conejo− tu sombra es muy refrescante. Pero el conejo, que era muy travieso, se
rió y le dijo: — Sí, tu sombra está muy bien pero, ¿y la música
de tu follaje? estoy seguro de que debe ser una cacofonía horrible. — Como
se puede atrever este pequeño ser a dudar de lo linda que es la música de mi
follaje. ¡Le demostraré lo contrario! El
baobab empezó a hacer temblar sus hojas y, de pronto, se empezó a escuchar
la música más linda del mundo.
Y el conejo dijo: — ¡Gracias
baobab!, tu música es espectacular,
pero ¿y esa fruta? estoy seguro de que esa fruta debe ser una bolsa de agua
tibia nada más. — Como se puede atrever −dijo el baobab− este pequeño ser a dudar de lo
rica que es mi fruta. ¡Le voy a demostrar lo contrario! Entonces dejó caer su
fruta y el conejo empezó a saborearla. — Tu fruta es deliciosa, baobab, muchísimas gracias. Pero... ¿y
tu corazón? Seguro que tu corazón tiene que ser duro como una piedra.
En ese momento el baobab
quiso enseñarle su corazón al conejo para demostrarle que no era de piedra,
pero le entró miedo de enseñar su corazón a alguien que no conocía. El baobab no se atrevía, de pronto, la
curiosidad fue más fuerte y empezó a abrir su corazón. En el corazón del baobab, se descubrieron miles de
tesoros: piedras preciosas, oro, joyas, plata, telas finas.
—
¡Gracias baobab! −dijo el conejo−
eres el ser más generoso que jamás he conocido, y entró en el corazón del baobab, y tomando el tesoro regresó a
casa. Le dio todo a su mujer quien, ni corta ni perezosa salió a presumir con
sus amigas lo que le había regalado su marido. Pero había una amiga que no se
alegró de ver a la coneja con todas esas joyas: era la hiena envidiosa. Ésta
fue con su marido y le contó todo lo sucedido.
El marido hiena, viendo a su mujer muerta de envidia, fue a ver al
conejo para preguntarle cómo había conseguido lo que tenía su mujer. El conejo,
inocentemente, le contó todo: lo de la sombra, el follaje, la fruta y el
corazón. Fue así como el marido hiena fue a ver al baobab, éste, acordándose de lo bien que se había sentido con el
conejo, hizo lo mismo: prestó su sombra, movió sus hojas, entregó su fruta y
abrió su corazón.
El marido hiena, viendo tanta riqueza, quiso llevarse todo, empezó a
arañar el corazón del baobab. Éste
no entendía nada, dolido y herido cerró su corazón. La hiena se quedó fuera sin
poder tomar el tesoro. Desde esa
época, la hiena busca en las entrañas de los animales muertos aquello que no
pudo conseguir en el corazón del baobab. Cuentan que, el baobab nunca volvió a abrir su corazón a nadie porque
tiene una gran herida y teme que le vuelvan a hacer daño. Dicen que el corazón del ser humano es muy parecido
al corazón del baobab, encierra miles y miles de tesoros pero ¿por qué se
abre tan poco cuando se abre? ¿De qué hiena se acuerda?”.
La moraleja es formidable, no
cierres tu corazón a la vida, ábrelo a través del milagro del perdón, que en palabras de Shakespeare “Es dos veces
bendito; bendice al que lo da y al que lo recibe.” El perdón te da la
oportunidad de crecer y ser más feliz. ¿Qué acaso en la oración que de niños
nos enseñaron no decimos: perdona nuestros
pecados como nosotros perdonamos a
los que nos ofenden?
Si te lastimaron, no acumules resentimiento, la vida es la más
maravillosa experiencia para gozar; si quieres crecer utiliza todos los
sentidos, perdona y olvida; el perdón te libera de las ataduras que
te atrapan en el pasado, que enferman tu alma y dañan tu cuerpo, llevándote a
volar en libertad.
Cuando perdonas refuerzas el
puente por el que algún día habrás de pasar, todos requerimos alguna vez del perdón, cuando tienes el amor de perdonar, la magia de vida que éste
produce, te atrae miles de bendiciones. El perdonar,
es ser grande espiritualmente, te libera de la carga del resentimiento.
La ausencia del perdón le
corta las alas a tu vida, le da fuerza a tu alma para que levante vuelo,
neutraliza los dones que el universo tiene para ti; mientras no tengas el amor
de perdonar, el odio estará dañando
tu espíritu, cuando tengas la humildad de declarar al cielo que perdonas, sentirás una paz interior
sorprendente, que te llevará a vivir en armonía con el universo. Por eso este
viejo campesino de allá mesmo dice:
“Es muy fácil
perdonar… ¡Sobre todo si ya me desquité!”;
“Perdona a los que te chingaron… ¡pero no olvides sus caras!”
“Pedir perdón es de hombres inteligentes… ¡perdonar es de sabios!”
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