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H, Matamoros, Tamaulipas:


CHATARRA

 Domingo 23 de marzo de 2025


Letras de Arenas

Pepe Arenas, presenta:

“Las Peripecias, por P. Périz Copio”

 

CHATARRA

Me invité a comer a la casa de mi tío Heriberto Copio, esposo de Lupita Santoyo, mi tía. Ellos son los papás de Liliana Copio, una de mis primas más queridas, a quien además de cariño le tengo admiración porque fue la primera en la familia -de hecho, de mis dos familias, los Périz y los Copio- que decidió ser madre, pero soltera. Me pareció valiente su decisión, y por lo mismo respetable.

Porque mi tío Heriberto dedicó más de treinta años de su vida profesional como policía en diversas corporaciones, imagino que a su hija no le resultó fácil enfrentarlo cuando tomó la decisión de ser madre, y no sólo de uno, sino de dos, sin un marido de por medio. Lo que puedo constatar es que la suya es una magnífica relación y que a mi tío sus nietos lo traen loco de amor y es lo que sigue de complaciente. Al menos esa era la idea que yo tenía.

Llegué a tiempo para tomar unos tequilas con mis tíos y estábamos cuando llegaron Liliana y mis sobrinos, Raulito y Carmelita, que entró llorando y corrió a los brazos de su abuela, como buscando refugio.

Unos minutos después, ya más tranquila la situación que se produjo por la escena del arribo de mi prima, Liliana aclaró que el enojo de su hija resultó de que, al entrar por ellos a la escuela, por ser el día en que hay que firmar las boletas de calificaciones, y por ello no los esperó afuera, como cada día, encontró a Carmelita comiendo unos “churrumais”, creo que dijo, y eso le contrarió pues les tiene prohibido comer esa chatarra que venden en la cooperativa.

— Pues entiendo que, si se trata de una prohibición, y tu hija no la haya respetado, te molestes con ella, hija; sin embargo, lo que a mí no me resulta comprensible es que vendan esas cosas dentro de la escuela. En la radio están informando que a partir de este mes eso está prohibido.

 Sí papá, es una campaña que hacen cada año, recuerda que soy maestra en una Primaria hace mucho, pero ya podrás imaginar que la tal campaña sirve para dos cosas: para nada y para lo mismo.

— Bueno, yo recuerdo que cuando íbamos mis hermanos y yo a la escuela, afuera vendían de todo. Es más, se me hizo agua la boca ahorita que pensé en los rábanos con sal, limón y una salsa muy picosa y, claro, luego nos dolía la panza, pero qué ricos eran, igual que las jícamas y los pepinos. La señora los remojaba en una cubeta, ve tú a saber qué tan sucia estaba el agua, porque con esas mismas manos recibía las monedas.

— ¿Y qué tal los tacos de chicharrón?

— ¿Cómo de chicharrón papá?

 Sí, chicharrón de harina. En una tortilla de maíz, el hombre le untaba un poco de crema y luego hacía trocitos con la mano de los chicharrones y les ponía un poco de limón y chile piquín líquido. Veinte centavos costaban, me acuerdo.

— ¿Y por qué ahora no pueden comer esas cosas?, pues porque son más química que otra cosa, además de caras y luego hay que echar al basurero las bolsitas metálicas, lo que genera más detritus.

Estuve a punto de decir que esa campaña que mencionó mi tío incluye una pregunta: ¿qué hacer para evitar que en las escuelas se consuman esos productos y la respuesta es de Perogrullo: impedir que entren. Pero mi tía nos llamó a la mesa.

josearenasmerino@gmail.com

 


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