Sábado 19 de junio de 2021
EN LAS
NUBES
Cuando
llegaron los halcones
Carlos
Ravelo Galindo, afirma:
Aprovecho
el sábado para platicarles de cuando llegaron los halcones a matar estudiantes,
un jueves de corpus.
Nosotros,
que lo hemos vivido y acabamos de releer lo que dicen los “medios”,
aprovechamos la coyuntura para compartir esta versión histórica de quienes la
tiene aún presente.
Pero
antes una acotación gramatical de un experto.
“Estimado
amigo: creo que lo que dijo don Fernández de Lizardi de su maestro, no era
humorismo, sino la noticia de que ya entonces había ese problema igual que
hasta nuestros días, pues muchos de quienes escriben, aunque hayan pasado por
una escuela o inclusive por una universidad, no saben usar correctamente los
signos de puntuación.
Algunos
de los cuales fueron introducidos hace 500 años por el culto impresor Aldo
Manuzio en los libros que hacía en Venecia, antes de que fueran
"inventados" los académicos de la lengua y cuando apenas había, en
español, la incipiente gramática de Antonio de Nebrija.
El
tema de las comas y puntos (ya no hablemos de la sintaxis) ciertamente no es
fácil. Cuando escribo pongo los signos donde creo que van, pero si luego
modifico el párrafo o agrego más texto, es casi seguro que hay que cambiarlos
de lugar o suprimirlos.
Eso
me acaba de pasar ahora mismo en este comentario, que espero tenga las comas en
su lugar”.
Nos
dice también nuestro colega, maestro, filólogo y poeta periodista lo que fue un
Jueves de Corpus. José Antonio Aspiros Villagómez nos los escribe y, además,
Doña Tere Gurza lo describe, con esplendor
Un 10 de junio, hace cincuenta años, durante
el régimen del casi centenario Luis Echeverría Álvarez, cuando los llamados
halcones, agredieron a los estudiantes del politécnico.
“Este
10 de junio se cumplirán 50 años de que una marcha de estudiantes por calles de
la Ciudad de México fue disuelta por paramilitares identificados como “los
halcones”, con saldo de 42 muertos según uno de los organizadores de la
manifestación, o 22 al decir de uno de los investigadores.
Habían pasado apenas 20 meses desde la matanza de estudiantes también, en la
Plaza de las Tres Culturas dentro del conjunto habitacional de Tlatelolco
(1968), cuando se produjo la de 1971 en un día que coincidió con la celebración
religiosa del Jueves de Corpus.
En su muy documentada obra Tragicomedia mexicana (Planeta, 1992), el
escritor guerrerense José Agustín dice que aquellos sucesos significaron una
“carambola de varias bandas” para el entonces presidente Luis Echeverría
Álvarez (LEA), hoy de 99 años.
Esto es, “frenó toda protesta estudiantil con la bandera disuasiva de otro
Tlatelolco”, pidió la derogación de una ley orgánica para la Universidad
Autónoma de Nuevo León que había provocado manifestaciones y paros de los
alumnos; con ello la consecuente renuncia del gobernador Eduardo Elizondo que
“no le simpatizaba” al mandatario, y después del ataque del 10 de junio en la
Ciudad de México contra quienes apoyaban ya a destiempo a los neoleoneses,
se deshizo, al pedirle la renuncia, del “presidenciable muy incómodo” Alfonso
Martínez Domínguez, jefe del Departamento del Distrito Federal, en una de cuyas
dependencias, el Metro, estaban en la nómina los “halcones” desde el sexenio
anterior. También fue renunciado el jefe de la policía capitalina Rogelio
Flores Curiel, a quien antes de ese Jueves de Corpus le habían quitado el mando
y por ello nada tuvo que ver.
Según
el autor de libros sobre la política en México, Roderick Ai Camp, a juzgar por
lo que le dijeron “la mayoría de los observadores” a quienes consultó, Martínez
Domínguez habría dimitido como “resultado también de luchas de poder internas
en el círculo gobernante”, esto es, había sido heredado a LEA por su antecesor
Gustavo Díaz Ordaz. ((Biografías de políticos mexicanos 1935-1985, FCE,
1992).
De
acuerdo con José Agustín, “Halconso” Martínez Domínguez -como se le apodó desde
entonces- reveló a Proceso que ese 10 de junio LEA lo
“encerró” en Los Pinos “con el pretexto de discutir el aprovisionamiento de
agua de la ciudad” y sólo se enteró bien de los acontecimientos cuando salió de
ahí, pero “vio a Echeverría dar órdenes telefónicas de que la represión fuese
dura y de que se quemaran o enterraran los cadáveres”.
Por
su parte, el propio presidente dijo en su primer informe de gobierno que había
instruido a la Procuraduría General de la República para que investigara,
deslindara responsabilidades y se castigara a los responsables, lo cual no
ocurrió. Y luego, en una visita a la Universidad Juárez de Durango, aseguró que
se había tratado de una agresión “en contra del gobierno”, según relata en su
libro Operación 10 de junio (versión electrónica, Fundación Rafael
Preciado Hernández, 2012), el ya desaparecido periodista y político de oposición
Gerardo Medina Valdés, autor también del primer reportaje sin censura acerca
del 2 de octubre, publicado en la revista La Nación (del PAN) 13 días
después de ese hecho criminal.
Aquel 10 de junio de 1971 presentó asimismo su renuncia el subsecretario de
Radiodifusión y director de Notimex y Radio México, Enrique Herrera Bruquetas,
luego de discutir con el presidente Echeverría y negarse a “realizar una
emisión en cadena nacional para decir que la manifestación estudiantil de ese
día era obra de los emisarios del pasado y los agentes de la CIA que estaban
disparando, por lo que había sido necesario reprimirla”. “La conversación se
volvió áspera, pues el Ejecutivo repetía la orden, que cerró con una frase
contundente: El presidente de la República soy yo, no usted” (Paula Carrizosa,
“Echeverría ordenó rematar en hospital a heridos el jueves de Corpus,
acusan”, La Jornada, 24 jun 2011).
Al
participar en la presentación del libro de Joel Ortega, 10 de junio,
¡ganamos la calle! (Ediciones de Educación y Cultura, 2011), en la
Universidad Autónoma de Puebla, Herrera mencionó además las instrucciones del
mandatario: “vayan al (hospital) Rubén Leñero y rematen a los estudiantes”. Sin
embargo, la prisión domiciliaria que le fue impuesta a LEA en 2006, aunque
pronto se le declaró no culpable, fue por lo del 2 de octubre de 1968, no por
lo de1971.
Uno
de los personajes más conocidos por los sucesos de 1968, el ingeniero Heberto
Castillo, se había opuesto a la marcha estudiantil del 10 de junio de 1971 porque
“podía convertirse en una trampa”, según un artículo que publicó en El
Universal. Y en su libro Si te agarran te van a matar (Océano, 1985),
menciona una larga charla que tuvo con Martínez Domínguez (y este le pidió no
revelarla), quien a punto de las lágrimas le narró cómo y por qué había
fraguado todo Echeverría, y a él lo había “tratado como un trapo sucio” y
“arrojado a la basura” al usarlo para sus propósitos y luego despedirlo.
Hace
una década, el ya citado Joel Ortega dijo a Jorge Ramos, también de El
Universal, que ese día hubo 42 muertos, mientras que Ignacio Carrillo
Prieto, titular de la fiscalía creada por Vicente Fox para investigar los
hechos de 1968 y 1971, aseguró que según las indagatorias habían sido 22.
Algunas versiones que leímos, mencionan una generalidad: “cientos”.
Ortega
le dijo también al entrevistador, que antes de la marcha se había discutido “la
posibilidad de no salir”, pero él era partidario de que sí lo hicieran, y en el
camino se toparon tres veces con vallas de granaderos que trataron inútilmente
de disuadirlos porque era “muy peligroso, pues había rumores de grupos armados
que iban a actuar (en) contra” de ellos, pero los estudiantes insistieron y les
fue franqueado el paso… hasta que aparecieron los “halcones” gritando “Che, Che
Guevara” y los atacaron con kendos y luego empezaron los disparos, que fueron
repelidos por “algunos (manifestantes) armados que eran el embrión de la Liga
23 de Septiembre y probablemente dispararon, (pues) cayeron también halcones”.
Así, los rescoldos del 68 no fueron apagados con aquel cruento ataque de 1971;
más bien se reavivaron con el surgimiento de la guerrilla -un producto de
aquellos años de represión en diversos países- y con la persecución que
emprendió el gobierno contra esos opositores y que está muy documentada en el
libro La guerra sucia, del extrañado colega Carlos Borbolla, basado en sus
reportajes de 2002 para Excélsior con los que mereció el Premio
México de Periodismo”.
Y
más sobre la fecha aciaga nos
describe la escritora doña Teresa Gurza.
“Al
mediodía del 10 de junio de 1971 estrené tenis y pants blancos porque iría a mi
primera clase de yoga cerca de casa de mis papás y puse ropa en una maletita
para cambiarme porque era Jueves de Corpus, mi papá se llamaba Manuel y
comeríamos en familia.
Tenía
diez meses de divorciada y cinco como reportera del programa Hoy
Domingo, de Jacobo Zabludovsky en el canal 2 de Telesistema Mexicano, hoy
Televisa; era mi primer trabajo.
Vivía
en Tlalpan y mis padres en Copilco-Chimalistac, así que tomé Insurgentes; en la
UNAM, decenas de estudiantes pedían aventón.
Paré
y cuatro se apretujaron en mi Volkswagen, iban a San Cosme; les dije que solo
llegaría al monumento a Obregón y argumentaron que ahí sería más fácil
conseguir transporte.
Eran
de Economía, uno comentó que me había visto en televisión y le gustaban mis
reportajes; les platiqué que había estudiado Historia en la Facultad de
Filosofía, pero no terminé porque me casé.
“Entonces
eres universitaria y tienes que ir a nuestra marcha y servirá para que informes
que somos muchos” agregó; el resto coreó, ´no somos uno no somos cien, prensa
vendida cuéntanos bien´.
Su
entusiasmo, y mis ansias de novillera por la noticia, lograron cambiar mis
planes y seguimos camino.
Era
la primera manifestación después del 68, se decía que en apoyo a estudiantes de
Monterrey porque una ley amenazaba la recién conquistada autonomía de la
universidad de Nuevo León, y sería encabezada por líderes del movimiento y
Marcué Pardiñas que, “si huele lío, se escabulle”.
No
conocía bien la zona y como quería irme pronto, estacioné el coche en una calle
de la que pensé podría salir fácilmente, creo que era la Amado Nervo; ellos
corrieron a unirse al contingente.
Había
bastante gente, pancartas, mantas, porras a la UNAM y el Politécnico y gritos
de júbilo por haber vuelto a marchar y contra el presidente Echeverría,
camiones de granaderos y tanques como del Ejército, pero azules.
Entre
la multitud estaba una compañera que me preguntó si Raúl Hernández -jefe de
información de 24 Horas, el otro noticiero de Zabludovsky- me
había mandado a cubrir la manifestación; no, le dije, solo
vine a ver… “¿traes tu credencial?” no, no pensaba venir…
“uy, si te detiene la policía, diles ´halcón o gacela´ y que trabajas con
Jacobo…”
“No
es gacela, es Perseo”, terció una colega de Novedades y no
alcanzamos a hablar más; las perdí de vista, porque pasaditas las cinco de la
tarde empezó una corredera y la marcha se abrió al llegar unos camiones grises
y otros sin puertas, de los que saltaron tipos en playera y peluqueados como
soldados que, con palos largos color bambú, empezaron de la nada a golpear
estudiantes.
Se
oían muchos balazos, algunos muchachos cayeron, otros tropezaban con el alto
escalón del camellón de la calzada México-Tacuba.
Varias
personas nos refugiamos en una zapatería; el encargado bajó la cortina y
ayudamos a poner detrás, sillas y cajas que decían alpargatas españolas y que,
aunque ahora me parezca increíble, se me antojó probarme.
Un
señor dijo que los palos daban toques y se usaban para controlar vacas, los
demás permanecimos mudos; como a la media hora llamaron por teléfono al
encargado, que abrió una puertita y nos corrió.
Seguí
a gente que entraba a un edificio de tres o cuatro pisos con balconcitos,
subimos las escaleras y llegamos a una azotea con jaulas para tender ropa.
Un
fotógrafo advirtió que debía irme, porque había francotiradores y mis pants
eran un blanco que pondría a todos en peligro; volví a las escaleras, oí jaleo,
toqué en un departamento y una viejita entreabrió la puerta para que entrara.
Me
prestó su teléfono, ni soñar entonces con celulares, y llamé al licenciado
Zabludovsky; le hice una reseña de lo que había visto, me pidió que no me
expusiera y cuando hubiera calma, fuera a Telesistema.
Esperé
bastante rato, sentí que la señora y su marido, que a cada rato se asomaba al
balcón, temían que continuara ahí y bajé aterrada.
Todavía
no obscurecía, había poquísima gente y algunos charcos de sangre a los que
hombres de los tanques azul marino les echaban un grueso polvo anaranjado, como
ladrillo molido.
Quedé
pasmada viendo; se acercó un policía y un señor alto me tomó del brazo y dijo
quedito ¨salga de aquí¨.
Me
asusté más, pero al notar que traía una veladora con forro de la Virgen de
Guadalupe, confié y le dije que quería buscar mi coche.
Me
acompañó hasta encontrarlo con el cofre abierto, dos vidrios rotos, sin llanta
de refacción ni maletita; se oían tiros y muchas sirenas de ambulancias.
Intenté
echarlo a andar, pero no pude; el señor que ya se iba, regresó, lo prendió, lo
manejó, dijo que al parecer los agresores habían sido entrenados por el militar
Casiano Bello -Director de Limpia y Transportes del Departamento del Distrito
Federal- y se bajó cerca de la Lotería Nacional tras preguntarme si ya me
orientaba.
He
lamentado siempre no haberle preguntado ni su nombre, tampoco le di el mío, tal
vez por estar impactada de que ahí estuviera todo tranquilo; como si nada.
En
la oficina de Zabludovsky estaban Miguel Alemán que era director de noticieros
y Emilio Azcárraga; los tres preocupados y ansiosos por conocer pormenores.
Jacobo
apuntaba, Azcárraga entraba y salía, Alemán me informó que los tanques azules
eran antimotines y otros reporteros que fueron llegando, aportaron sus
versiones.
Zabludovsky
se fue a entrevistar a Echeverría y yo a mi casa por la calzada de Tlalpan, por
miedo a pasar por Ciudad Universitaria.
De
todo eso han transcurrido cincuenta años y ni el presidente que ordenó reprimir
a miles y asesinar a decenas de estudiantes, ni los ejecutores, han recibido el
castigo que merecen”.
Y
el ex presidente, agregamos nosotros, va a cumplir en dos años un siglo de
vida.
craveloygalindo@gmail.com
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