Nuevas Noticias
Cargando...


H, Matamoros, Tamaulipas:


EN LAS NUBES



 Erasmo y Martín Lutero

Carlos Ravelo Galindo, afirma:                         

Nos lo acaba de platicar don Fernando Calderón y Ramírez de Aguilar. Hubo algunas discrepancias, pero en su  contexto general, nuestro total reconocimiento a su erudicción. Es la historia sobre las reformas  a la Iglesia. El renacimiento de  otra. Y vienen a cuenta por la actual obra pía del Papa Francisco, mi amigo.                                  

En el siglo XV surgió como inevitable una reforma de la Iglesia. Ya nadie discutía un hecho que saltaba a la vista de todos y que representaba uno de los pecados capitales: la gran avaricia de los eclesiásticos, su enorme corrupción y su ostensible ignorancia que habían llegado más allá de lo increíble.

Pero la labor de expurgar las ramas estériles y ponzoñosas de la Iglesia se pasaba para mejor ocasión. 
Sólo hay que ver, y sobre todo leer y entender, los escritos de los humanistas laicos y aún de muchos eclesiásticos de la segunda mitad del siglo XV. Están llenos de las más severas diatribas en contra de los clérigos, las órdenes religiosas y la curia romana que, sintiéndose invulnerables, cometían los mayores desmanes.

Baste ver que en la coronación del papa Alejandro VI (el famoso Borgia), para adularle, el pueblo romano levantó un arco de triunfo en el cual se leía una inscripción en verso que decía: “La Roma de los césares fue grande, ésta de los papas lo es más; aquellos eran emperadores, estos son dioses”.       

Desde luego, esta poesía callejera no era responsabilidad del papado, pero en verdad, los papas se sentían omnipotentes y con derechos totales sobre los reyes, lo que se confirma por el lenguaje empleado en sus bulas (documentos pontificios en los cuales está estampada su firma), así como en sus excomuniones (declarar a algún católico fuera de la Iglesia y con imposibilidad de recibir los sacramentos). 

Así, Paulo II destituyó al rey de Hungría y puso en su lugar a Matías Corvino, y Julio II excomulgó al rey de Navarra y a su esposa Catalina para que Fernando el Católico pudiera ocupar sus estados.

Otro ejemplo más elocuente es que el papa tenía la seguridad de ser árbitro del mundo, tal y como sucedió con Alejandro VI al hacer la repartición de las tierras de ultramar entre castellanos y portugueses.

Si este poder hubiese obtenido legítimamente y ejercitado por pontífices piadosos y capaces, es casi seguro que la protesta que originó la Reforma sólo se habría reducido a una reacción de carácter político. 

Pero algunos habían logrado la elección mediante simonía (acción o intención de negociar con cosas espirituales, como los sacramentos o los cargos eclesiásticos) e infinidad de cardenales habían comprado su cargo.

Como ejemplo vale la pena mencionar que en 1500 Alejandro VI designó a doce cardenales que pagaron 120 mil ducados por sus elegantes capelos y, necesitado de recursos para sufragar guerras de su hijo César, en 1503 nombró a otros nueve que pagaron 130 mil ducados.

Desde entonces, los altos cargos se vendían al mejor postor.

Johannes Burckard, autor de la crónica pontificia de la época, relata que pagó 450 ducados y  propinas, para ocupar el cargo de maestro de ceremonias. Intentó obtener en vano el puesto de escribiente ofreció y  dos mil ducados,  pero por 2,040 obtuvo la plaza de corrector de escrituras.                                                                                                           
Julio II creó un colegio de cien escribientes a los que hizo pagar catorce mil ducados por su empleo.                                                           
León X nombró sesenta chambelanes y ciento cuarenta escuderos que entre todos le pagaron noventa mil y 112 mil ducados, respectivamente, puestos que eran considerados inamovibles y algunos podían ser traspasados a otros, desde luego con un sobreprecio.

Se temía que un papa reformador cortara por lo sano y dejara sin empleo y sueldo a estas sanguijuelas de la curia romana. Pero desgraciadamente los papas reformistas duraban poco. Morían prematuramente o cambiaban de parecer, como León X, quien a pesar de ser un Médici decía “gocemos el pontificado ya que el Señor nos lo ha concedido”.

Adriano VI, que precisamente había sido elegido papa para acabar con los despilfarros de León X, se reconoció incapaz de terminar con tantos abusos.                                                                             
Roma se había convertido en una sentina (lugar lleno de inmundicias, suciedad y mal olor) de vicio como la llamó Erasmo. Tenía cien mil almas y seis mil prostitutas. Sólo la peste, implacable emperatriz de los sepulcros, era capaz de acabar la multitud de inútiles empleados pontificios.                                                                                                           
La corrupción romana  contagiaba a toda la cristiandad. La curia no sólo vendía cargos oficiales, sino que daba en encomienda obispados y abadías en el mundo entero.                                                                               
La tonsura (círculo rasurado que llevan algunos clérigos en la coronilla) concedía el privilegio de comparecer sólo ante los tribunales eclesiásticos. Los concubinatos de clérigos se encontraban en todas partes. En España hasta la novela picaresca está llena de ejemplos de inmoralidad que ofrecen los eclesiásticos.                                                           

Como otros datos eclesiásticos hay que recordar que en 1054 ocurrió el cisma de Oriente entre la iglesia católica y la iglesia ortodoxa, y en 1378 el cisma de Aviñón en donde tres papas por razones diferentes se disputaban acremente el trono de San Pedro.

Todo lo que ocurría hacía indispensable e inmediata la Reforma.

Hay que decir que ésta no se hubiera realizado sin el cisma luterano.                                                                                                           
La iglesia romana tenía forzosamente que padecer la prueba del ataque de los protestantes para poder enmendarse y restablecer su poder y disciplina.                                                                                               
Podemos dividir arbitrariamente el proceso en tres fases.

La primera es la tolerancia benevolente de la Iglesia a quienes la acusaban de esa ignorancia y desmoralización. La literatura anticlerical de principios del siglo XVI era abundantísima y los clérigos eran los primeros en aplaudirla, sin embargo, estaba fuertemente controlada por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición.                                                                         

Esta primera fase está representada por Erasmo de Róterdam y, hasta cierto punto, por Martín Lutero.

La segunda fase es la estabilización de la teología protestante personificada por Juan Calvino, Ulrico Zwinglio y John Knox.
                                 
Y la tercera fase, que llamaremos la Contrarreforma, tiene como sus factores más importantes a San Ignacio de Loyola o la Compañía de Jesús, y al Concilio de Trento.                                                                         
Erasmo fue el genio que se consagró a esta labor fiscalizadora y sus obras no dejan de proponer siempre una corrección. Erasmo y Lutero pusieron el huevo del cual salió la Reforma: Erasmo dijo que su huevo salió de una gallina ponedora y el de Lutero de un gallo de combate.                                                                                                                 
Nacido de un connubio irregular, Erasmo fue destinado por su padre a la vida religiosa  con los agustinos de manera tal que cuando él critica a los religiosos de su época, lo hace con entero conocimiento.                   

En esa época escribió su primer libro, Adagios, que es una colección de sátiras cortas, aunque su obra cumbre será Elogio a la locura, en la que menciona que se debía evitar a los teólogos y clérigos ya que discuten cosas inservibles para un cambio drástico.                                         

Luchó en contra del celibato y dijo que San Pablo nunca prohibió que se casaran obispos, clérigos ni diáconos. Los aludidos se defendieron rápidamente, tacharon a Erasmo de Anticristo y le propusieron al Santo Oficio que se le mandara a la hoguera. Murió católico sin darse cuenta de que había sido uno de los pilares de la Contrarreforma.     
                                                                                       
Lutero estaba en Roma y el efecto que le causó la muerte de Erasmo fue deplorable. Era un plebeyo romántico nacido en 1483. Estudió en la Universidad de Erfurt. Sus compañeros le llamaban el filósofo. Año con año crecía su inconformidad con la teología escolástica y retrocedió a la teología de San Agustín.                                                                           

Declaró que la escolástica era una recaída al pelagianismo (una doctrina de Pelagio) que negaba el pecado original y afirmaba que la gracia divina no era necesaria ni gratuita, sino que era merecida por un esfuerzo en la práctica misma, considerada herética por la iglesia católica.                                                                                                             

En resumen, en la iglesia protestante esto era creer que la salvación eterna se debe exclusivamente a buenas obras, sin casi necesitar la gracia divina.

El papa le encargaba al obispo la predicación de indulgencias en cada país, y a su vez, éste la encomendaba a comisarios especiales que iban de pueblo en pueblo difundiendo la bula papal. Eran en poco escrupulosas que convertían favores espirituales en tráfico indigno de dinero. De ahí nació el dicho “trinca la moneda en el cofre del bulero y sube el alma del purgatorio al cielo”. 

Lutero fue el instrumento extraño del destino. Un día clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg un escrito con 95 tesis que se aprestaba a defender teológicamente, las cuales tuvieron una difusión asombrosa y a los quince días habían llegado hasta el último rincón de Alemania.                                                     

Lutero escribió tres tratados.
El primero se denominó Libertad del cristiano.
El segundo La cautividad babilónica de la Iglesia.

Y el tercero, que ha sido el más leído: “El manifiesto”, un llamado a toda la nación contra el poder de Roma.  Tenía una carta prólogo dirigida al papa León X. Los principales argumentos eran que había un  verdadero Estado espiritual en  la Iglesia formado por todos los creyentes.                                       
A esto refutó Roma con la bula Exurge Domini que condenaba a Lutero quien quemó  la bula y las decretales pontificias.

Carlos V llamó a Lutero, el cual acudió el 4 de abril de 1521. Se le convocó para que se reconociera como autor de sus escritos y se retractara o insistiera en su contenido, y se le dieron 24 horas para recapacitar.

Al día siguiente, aunque sin modestia, Lutero manifestó su disposición de corregir en lo que hubiera exagerado, pero se mantuvo firme en lo fundamental, “no me retractaré más que con argumentos de las Sagradas Escrituras. ¡Qué Dios me ayude!  Amen.”

Después de la sesión de la Dieta de Worms (28 de enero al 25 de mayo de 1521), , Lutero exclamaba “¡Ya estoy listo, ya está hecho!” 

A Erasmo se le considera el Voltaire de su época, y a Lutero el Rousseau de la Reforma.                craveloygalindo@gmail.com

Publicar un comentario

0 Comentarios