Miércoles 2 de octubre de 2024
Letras de Arenas
Pepe Arenas, presenta:
“Las Peripecias, por P. Périz Copio”
INOLVIDABLE
Pasé por la casa de mi primo Francisco, Paco Copio Gómez,
profesor de Ciencia Política y no sé qué más, en la Facultad de Estudios
Superiores de Acatlán perteneciente a la UNAM, y me detuve a saludar. Iba en
camino a la casa de un buen amigo, Laureano, compañero de la Preparatoria, que
vive por el rumbo. Me percaté de que era muy tarde para llegar a su casa a
comer porque el tránsito vehicular estaba, como ya es costumbre, imposible, de
modo que preferí llamarle y decirle que iría más tarde.
Fue una suerte caer en casa de Paco, porque además de él
y Azucena, su esposa, también politóloga, a quien no veía desde hace un chorro
de tiempo, estaban mis tíos Arnulfo y Adolfina, papás de Paco, a quienes
tampoco había visto hacía meses.
Ya habían comido, estaban en la sobremesa, y aunque les
mentí cuando dije que también había comido ya, no me creyó Azucena y me
insistió en que al menos degustara el pay de nuez y dátil, uno de mis
favoritos, por cierto. Por supuesto que acepté, y así también el café de
Coatepec que nos surte mi primo Martín, que tiene allá su propio beneficio.
El tema de conversación era no sólo la llegada a la
presidencia una mujer, hecho que desde luego ya será motivo de una página en la
historia nacional; sino la fecha: 2 de octubre, inolvidable, tristemente, pues
se trata de un episodio que se incorporó también al libro de la historia de
México, pero que se escribió con la sangre de decenas de mexicanos, estudiantes,
docentes, padres de familia y no sabemos –ni sabremos– quiénes más, pues en esa
plaza, la de Las Tres Culturas, se reunieron no sólo los jóvenes que exigían
ser escuchados por el gobierno en un diálogo directo, sino un régimen de
mayores libertades, entre ellas, precisamente, la de manifestarse, lo que no
sólo no se respetó, sino que recibieron balas y golpes, en vez de palabras.
Mi tío Arnulfo refirió con cierto dejo de aceptación ante
tal efeméride, que la presidenta –que no presidente, como debería decirse,
expresó– haya decidido pedir –que no ofrecer, también aclaró– una disculpa
pública a quienes ahí perdieron la vida, a quienes fueron privados de su
libertad y torturados por supuestos delitos que no les comprobaron, y a los
deudos, es decir, a los padres y madres, y demás parientes, de los asesinados
por el ejército y las policías.
Él, mi tío, nos dijo que participó en casi todas las
marchas y más, que formó parte del así llamado Comité de Lucha de su
preparatoria, pero que en la del 27 de septiembre, cuando pretendieron
pernoctar en la Plaza de la Constitución, en zócalo, les cayeron dos
calamidades: un aguacero de aquellos, y los soldados. Por efecto de la
empapada, tuvo que ser encamado, y su mamá, mi tía abuela Lolita, no le
permitió salir el 2 de octubre, y quizá por ello ahora podía referirse a esa
trágica historia en vivo, como lo hizo. Nos contó que tres de sus compañeros de
la prepa murieron en esa fecha y nos dijo sus nombres.
Mi tía Adolfina propuso en ese momento que hiciéramos en
silencio una oración para recordarlos a ellos y a los muertos que perdieron la
vida en ese lugar, en esa fecha, que no se olvidará nunca.
Una vez cumplida su propuesta, le pedí a mi prima Azucena
que me convidara otro trozo de pay, pero con café.
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