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H, Matamoros, Tamaulipas:


CALORÍAS

 Viernes 3 de marzo de 2023


Letras de Arenas

Pepe Arenas, presenta:

“Las Peripecias, por P. Périz Copio”

CALORÍAS

⸺ ¡Primo, qué panzón estás!⸺ me dijo Felipe cuando abrió la puerta para dejarme pasar a su casa.

Me pareció un modo poco amable para darme el saludo de bienvenida y me puse a la defensiva:

⸺ Pues tú no cantas mal las rancheras, primito⸺ repuse.

Debo reconocer que, además de los años y los kilitos de más, me he escudado siempre en la lotería genética: me tocó la panza de los Copio; sin embargo, reconozco que mi pariente, que es mi contemporáneo –si acaso un año menor que yo–, no luce una barriga tan prominente. Acto seguido, sumí la panza antes de darle un abrazo.

Mientras nos encaminábamos a la cocina, claro, fui reflexionando a la velocidad de los pensamientos, que es lo más veloz que hay, que, efectivamente, me he descuidado los meses, o quizá los años recientes y, además de mover el bigote con singular entusiasmo, ya no me subo a la bicicleta y en vez de caminar cuando voy al centro, que no me queda tan lejos, pido un taxi o me subo a un autobús.

⸺ Bueno, primo, reconozco que sí, estoy un poco excedido de kilos, de hecho, al menos cuatro. Últimamente no hago ejercicio y me cuesta trabajo abstenerme de cenar⸺ respondí.

⸺ La verdad, querido primo, es que exageré un poco porque sí, es evidente que luces con cierto sobrepeso; quizá lo noté porque hace al menos un año que no venías a la casa a desayunar; pero creo que no es gran cosa, además, en estos tiempos de pospandemia, si es que ya terminó, todos subimos de peso por estar en casa, sedentarios, comiendo y bebiendo más de lo que acostumbramos, ni modo.

⸺ Parece una buena explicación, o mejor, una buena excusa; pero también es que resulta más fácil hoy subir de peso, cuando ya ni siquiera tiene uno que molestarse en ir a comprar lo que comemos, nos lo traen a casa.

Marcela, la esposa de mi primo (mi prima, pues), nos llamó a la cocina para que le hiciéramos compañía, mientras preparaba el itacate, o el luch, como dicen los agringados, que se llevaría mi sobrina Florencia a la escuela.

Me llamó la atención lo que hacía: cortaba pequeños trozos de jícama, rebanadas de pepino, rodajas de pera y cuadritos de queso fresco. Puso todo en una bolsa de tela que lleva bordado el nombre de Florencia y como complemento, una botella que alguna vez contuvo un refresco, que llenó con jugo de toronja.

Ella notó mi expresión de asombrosa curiosidad y antes de que yo abriera la boca –no para hablar, sino para morder una manzana que me acercó-, me dijo:

⸺ Sin alusiones personales, desde que noté que ustedes los Copio tienen esa tendencia a engordar, me hice a la idea de que Florencia debía abstenerse de comer eso que venden en las escuelas⸺ y al decir eso, yo inconscientemente sumí nuevamente la panza.

Florencia bajó las escaleras y se dirigió a la cocina a desayunar. Desde luego que un desayuno frugal que incluyó un mango, avena y una rebanada de pan con mantequilla, no margarina. Se despidió y con su itacate en la mochila se despidió de sus padres y del panzón de su tío.

Felipe estuvo a nada de referirse a la obesidad que sufren los infantes en México; pero Marcela lo miró directo a los ojos, luego de ver mi rotunda cintura y él calló. No era buen tema, pensó probablemente. Hablamos de la concentración del domingo.

Se me quitó el hambre, pero acepté los huevos a la mexicana, sin frijoles, y al menos tres tazas de café de Coatepec.

josearenasmerino@gmail.com

 

 

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