Viernes 4 de junio de 2021
EN LAS
NUBES
Mejor
morir de viejos. Salud
Carlos Ravelo Galindo afirma:
Un preludio antes de entrar en
“agonía”, del colega Fernando Alberto Irala Burgos, cuando advierte en sus
concatenaciones
sobre
Elecciones
ensangrentadas
El
próximo domingo tendrán lugar las que han sido calificadas
las elecciones más grandes de la historia de
México.
No
elegiremos presidente de la República, sí
se
renovarán casi la mitad de los gobiernos estatales, las cámaras de
diputados,
federal, locales y ayuntamientos de la inmensa
mayoría
del país.
Ese
fenómeno ocurrirá por primera vez, luego de la
adecuación
de los calendarios político-electorales en muchas
entidades.
Numerosas
encuestas se han encargado de ir dando cuenta de
las
preferencias electorales de los ciudadanos, de manera que
aunque
habrá sorpresas, como siempre, en general todos tenemos
una idea
aproximada de los resultados.
Lo
que tampoco había ocurrido nunca es la repetida agresión
sangrienta
a hombres y mujeres que buscan el voto popular.
Varias
decenas de candidatos han sido asesinados a lo largo
de las
campañas, y en otras decenas de casos más se registran
amenazas
de muerte y/o atentados fallidos.
No
es nuevo el fenómeno. Desde la muerte de Luis Donaldo
Colosio,
hace más de un cuarto de siglo, la violencia política resurgió
con
fuerza creciente. Sin embargo, durante mucho tiempo se trató
de casos
aislados, escasos.
Ahora,
el fenómeno se extiende por casi todo el territorio
nacional;
son escasas las entidades donde no se observa violencia
política
extrema.
En
la mayor parte de los casos conocidos, se presume la
intervención
del crimen organizado, que agrede a quien no siente
sometido
a sus negocios.
Lo
que más preocupa es la despreocupación que desde el
gobierno
federal se advierte. Que los medios enrarecen el ambiente
con sus
denuncias, que se trata de sensacionalismo, de amarillismo.
¿Debemos
considerar normal que en México elijamos a
quienes
han sobrevivido a la violencia criminal, porque tienen suerte
o porque
tienen nexos?
No,
no es normal, ni debemos admitirlo. ¡Amarillismo…!
Gracias,
don Fer. Salud.
Más nos entusiasma cuando el maestro y
literato José Antonio Aspiros Villagómez amplía nuestros comentarios. Mismos
que compartimos con orgullo.
“Estimado
amigo:
El
tema que aborda doña Teresa Gil y la forma como lo termina, con una referencia
literaria, me recordó que en muchas de las obras que he leído ese tópico de la
muerte es frecuente y a veces es la esencia del relato.
Te
comparto algunos de los comentarios o apuntes que escribí al respecto, aunque
no figura aquí porque nunca hice la reseña sino sólo unos esbozos, lo que sobre
la muerte contiene la magistral novela de Margarite Yourcenar, Memorias de
Adriano, que también disfruté.
Todo
ello, al margen del tema central de los sentenciados a muerte en Estados
Unidos. Salud.
Nos
acompañan los muertos, Rafael Pérez Gay (Planeta, 2009).
Las
vicisitudes de un hombre en su medio siglo de vida, con sus padres de 89 años,
enfermos y en la decadencia propia de la edad, es presentada por el autor como
un “informe”, pero se trata de un dramático relato novelado y presumiblemente
biográfico, con negras experiencias de hospitales, médicos, medicamentos y
caprichos de los propios pacientes, con las cuales se sentirán identificados
demasiados lectores.
Una
pregunta puesta en boca de su madre: ¿para qué vivir tantos años?, se percibe
como el centro de gravedad de toda la obra, uno de cuyos pasajes lleva a
recordar un poco a Tolstoi con La muerte de Iván Ilich.
En
el recorrido por sus páginas uno se encuentra con diversas sentencias o
conclusiones, no necesariamente compartibles, tales como “la necedad es la
última arma de la vejez”, “los médicos son apostadores desdichados, a los que
al final siempre derrota el destino”, “la vida puede ser entendida como una
subasta, una gran compraventa de almas”, “nadie sabe ser anciano, nunca se
aprende ese oficio”, “nadie recupera nada del pasado, salvo el dolor de lo
irrecuperable”.
El
narrador escribe artículos semanales, pero desconfía del periodismo, cuestiona
a los nuevos periodistas que “le han vendido el alma al diablo de la imagen” y
expresa su preferencia por la literatura.
Las
citas sobre famosos escritores son frecuentes en este relato, lo mismo que la
mención de temas tan presentes como las elecciones presidenciales de 2006 y sus
inverosímiles resultados, la atropellada toma de posesión en diciembre de ese
año y la casi inmediata declaración de guerra contra el narcotráfico.
O
el drama de Ciudad Juárez, todo ello siempre en el mismo entorno, a veces con
sus padres presentes y discutiendo.
Se
coincide con el autor, por muy duro que resulte admitirlo, en que “cuando en la
casa hay niños, ancianos o enfermos, no hay dinero que alcance”.
Y
sobrarán lectores que se identifiquen también con otras experiencias aquí
relatadas, como las eternas esperas en la antesala del médico, los empeños del
pariente enfermo en tomar las medicinas a su voluntad y no como fueron
prescritas.
En
ocasiones los gastos inútiles, las llamadas telefónicas por una crisis en la
salud del padre o la madre, los delirios de la senilidad, la súbita hipocondría
de algún pariente cercano.
Todo
ello expresado en este emotivo y crudo relato en el que, a cada tanto y hasta
la última línea, el narrador repite la duda sobre algún asunto con la frase “no
sé si ya dije” tal o cual cosa.
Pero
no, no lo había mencionado, aunque a lo largo de la novela sí dice todo lo que
se refiere a su convicción de que “nunca estamos solos, nos acompañan los
muertos y no pocas veces nos atormentan desde sus tumbas”.
José
Antonio habla también, lo escribe, sobre las intermitencias de la muerte, de José
Saramago (Punto de Lectura, 2007).
Se inicia con entusiasmo la lectura de esta
novela que, de antemano, ofrece la garantía del genio irónico de su autor.
Uno
descubre que sus fantasías son siempre estimulantes.
Su
forma de narrarlas, nunca pierden nivel.
Sin
embargo, la idea de referir la historia de un país donde repentinamente la
gente deja de morir, argumentalmente se sostiene en alto hasta el momento en
que unos campesinos llevan a su anciano y enfermo pariente al otro lado de la
frontera, donde sí encuentra la paz eterna.
Allí
la tesis comienza a perder escalones y se vuelve un tanto densa, con las
truculencias de una “maphia” que aprovecha las circunstancias y todos los
efectos que ello provoca.
Uno
sigue con la lectura porque el estilo, no obstante, es muy disfrutable, y
nuevas sorpresas premian esa fidelidad.
La
muerte, etérea en la primera parte, toma forma y vuelve a su acción letal de
una manera tan inverosímil como interesante, y aquella historia que comenzó con
generalidades, se va particularizando hasta terminar con un solo caso, el del
músico que se niega a morir, y cuyo desenlace cierra el ciclo abierto en la
primera página: al día siguiente, nadie murió.
Y
nos describe uno más:
La
muerte de Iván Ilich, León Tolstoi (Premiá, quinta edición, 1991).
Tal
vez no habría encontrado suficientes motivos para leer esta breve obra, si
antes no hubiera conocido comentarios elogiosos del libro El acto de morir, del
doctor Federico Ortiz Quezada, basado en lo que Tolstoi escribió.
De
acuerdo con mi percepción sobre la obra del escritor ruso, la muerte comienza a
gestarse cuando el enfermo está consciente de su agonía, y en el caso de Iván
Ilich ese proceso fue penoso, doloroso y lento.
El
autor describe todas las vivencias y emociones del paciente con tal detalle y maestría,
que resultan de un realismo estrujante.
De
ninguna manera se trata de una novela gozosa, sino más bien reflexiva acerca de
una realidad que a todos nos alcanzará, de una u otra manera.
Nosotros
admirado colega insistimos en morir…pero de viejos. Y aún cuando ya somos re
viejos, no nos dan permiso. Mejor a la salud de los vivos una a la una. Le
mejor medicina. Somos la muestra.
craveloygalindo@gmail.com
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