Sábado 27 de marzo de 2021
EN LAS
NUBES
De mis
bendiciones 29
Carlos
Ravelo Galindo, afirma:
Benditos
los que han llegado hasta aquí
En
mi paso por Excélsior, permanecí 35 años, viví entre sabios, genios, gente
sencilla, culta, con el don de la ironía. Aprendí, o intenté hacerlo, de ellos.
Ya di nombres. No los repito. Pero tengo que hacerlo con don Manuel Becerra
Acosta, don Víctor Velarde, don Armando Rivas Torres y Alberto Ramírez de
Aguilar.
Todos
ellos son testigos de mi progreso en la máquina. Aprendí de ellos y de otros
muchos más. Y ellos también, creo yo, de mí.
Su
prosa, su poesía; la gramática en estricto sentido de la lengua que hablamos.
Sigo sin entender el por qué la gente, en su
gran mayoría no lee. La lectura, libros,
diarios, revistas, hasta mensajes, nos dan la cultura. Nos enseñan que el
aprendizaje nunca termina. Aceptamos y también, criticamos lo malo.
Periodistas,
vaya reporteros que es lo que seguimos siendo todos, presumimos de leer
continuamente. Pero preguntaría si en verdad quienes escriben para periódicos
de hoy, tienen la precaución de leerse y corregirse. O como antes, entregar, y
nunca más saber si lo escrito fue bueno, malo o regular.
El “ahí se va” es un castigo editorial de todo
periódico.
Ochenta
años de vida, sesenta y tres de ellos dedicado al periodismo escrito,
televisivo, radiofónico y éste, me llevan a condolerme de lo que sucede
actualmente en nuestro medio.
No
solamente con las sesenta y cinco muertes violentas de colegas durante la
última década, catorce de ellas en este aciago año, sino por el traspaso de
medios al sector empresarial, industrial, comercial.
Pocos
hay ya en poder de verdaderos comunicadores.
Y muchos de ellos limitan su libertad con
pretextos sutiles o de conveniencia personal. Otros lo practican por su cuenta.
Estamos
convencidos que existe la libertad de expresión. Lo vemos cotidianamente en
diversos contextos. Lo mismo se critica, con razón o sin ella, al gobierno, al
mismo presidente de la República, que al policía de crucero. Al vecino. Nadie
se salva, para bien o para mal.
En
el país, según el Instituto Mexicano del Seguro Social, que recibe la cuota
obligada de trabajadores de Diarios, hay mil cuatrocientos doce empresas que
editan periódicos, de todo tipo y clase; de revistas, siete mil. Esto sin
contar estaciones de radio, televisión o Internet.
Quiere
decir que alrededor de doscientos mil personas, de diversos sexos, practicamos
la noble profesión de comunicarnos con el pueblo, o al menos eso intentamos
algunos sanamente.
Darle
a conocer lo bueno, lo malo, lo feo.
Pero decirle lo que sucede o al menos intentarlo, si nos dejan los
editores.
Pero
pocas veces, lo bonito. Eso, perdón, no vende. A menos que el medio que ya no
esté en manos de verdaderos profesionales, como ocurre hoy en día, pretenda
solamente fraternizar y satisfacer a determinadas áreas públicas o privadas. A
quien sirven. En beneficio propio.
Ocurre
no solamente en el Distrito Federal, sino a nivel nacional y, claro, también
internacional, en donde corresponsales propios, y agencias informativas, aún no
emancipadas de los gobiernos contribuyen a loar al poderoso, sea quien sea y
del lado que esté.
Leo
en El Universal, empresa a la que serví como jefe de información, luego de
salir en l980 de la casa Excélsior, en donde llegué a los 15 años, en l945 como
ayudante de redacción, que reportear en la última década se volvió un oficio
peligroso”.
Sigue
el valor de Juan Francisco Healy Ortiz. Utiliza sus páginas en denunciar
fallas, grandes o pequeñas. De poderosos o sencillos. Es él quien clama por
justicia ante el mundo y en México frente al propio Procurador general de la
República, a quien se culpa de mostrar indiferencia y silencio por los
asesinatos y desapariciones de reporteros.
La
Federación Latinoamericana de Prensa, cuyo presidente en México es Teodoro
Rentería Arroyave, La Sociedad Interamericana de Prensa, de El Universal; El
Club Primera Plana, que dirige Raúl Gómez Espinosa; La Federación de
Asociaciones de Periodistas de la República Mexicana, que encabeza Roberto
Piñón; el Club de Periodistas; Periodistas sin Frontera, etcétera han unido
fuerza y voz para denunciar los crímenes contra periodistas y periódicos
independientes.
Coinciden
en que a partir de 2000 los asesinatos de comunicadores, hombres y mujeres, se
han incrementado.
A la fecha han muerto trágicamente 65. Este
año, de ellos van 14. Y aún siguen sin aparecer ocho más.
Las
condiciones de inseguridad para quienes ejercen el periodismo se han
incrementado y agravado por la impunidad que existe y permite la proliferación
de agravios contra la gente de prensa, principalmente.
A
la Procuraduría General de la República se le acusa de cerrar los ojos, de no
hacer nada, ya no digamos en defensa, sino en el esclarecimiento de los
crímenes.
Quiénes
son los culpables, ¿los narcos? ¿La policía? ¿Los políticos? ¿Los empresarios?
¿Los comerciantes?, ¿Los industriales? ¿QUIENES? ¿Acaso nosotros mismos? ¿Por eso, acaso, el silencio de la autoridad?
Alguien,
con mala ironía, me dijo, “a ustedes les han matado 65. Al pueblo de México
casi cien mil y conste que aún no hay guerra civil….”.
No
tiene razón. Porque unos y otros son hermanos mexicanos
Nadie
tiene el derecho de matar, ni en la ausencia de un estado de derecho, agrego,
porque un milagro no es la suspensión de una ley natural, sino la
implementación de una ley superior.
Matar, no es hacer justicia, como la codicia
no justifica la ambición.
La
libertad de expresión, concluyo, es, a secas, un derecho que tenemos el deber
de mantener, respetar y honrar con la verdad, también a secas.
Aunque
represente la muerte, de donde venga.
Ochenta
años de vida, sesenta y tres de reportero o periodista, permiten vislumbrar
ahora un encono contra esta profesión u oficio que permite estar en contacto
con el pueblo, y decirle la verdad.
Pero
que a muchos incomoda al grado de matar porque dicen que la información que
llama la atención es “un mensaje de intolerancia”
craveloygalindo@gmail.com
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