Viernes 18 de diciembre de 2020
EN
LAS NUBES
De
“Mis Bendiciones” 5
Carlos Ravelo Galindo afirma:
Benditos aquellos que perdonan mis fallas
Un centro de cultura
Quién no recuerda aquella famosa
redacción de EXCÉLSIOR de Reforma 18. Cuyo director general don Rodrigo de
Llano, apoyado por genios como don Manuel Becerra Acosta, subdirector. Víctor
M. Velarde, secretario de la redacción, don Xavier Sorondo, subdirector
editorial, llevó la nave bien durante 35 años. Él, en lo editorial y don
Gilberto Figueroa, en lo administrativo, con don J. de Jesús García de Honor,
Subgerente de Administración o Joaquín Díaz González, de Talleres.
Era toda armonía, había hermandad. Se escuchaba a los
casi mil cooperativistas. Y se les tomaba en cuenta. Éramos, quién no lo sabía,
una familia feliz.
Primero murió Don Gilberto en los sesenta y más tarde en
esa década don Rodrigo. Hubo, nadie puede olvidarlo, la primera revolución
dentro. Salió un grupo. Quedó otro. Sufrimos embates. Los resistimos y
Excélsior siguió navegando, hasta setenta y seis del 8 de julio, en que comenzó
su paulatino descenso, hasta dar paso a que gente respetable, pero extraña, se
hiciera del Periódico de
En el tercer piso de Reforma 18, en cuyo edificio durante
un tiempo en 1929 estuvo el partido político PRM, hoy el PRI, se comenzaba a
tomar vida luego de las 17 horas. Era el lapso concedido a los reporteros para
comenzar a escribir. Llegaban por oleadas.
Quien golpeaba las teclas, furiosa pero rítmicamente era
Felipe Moreno Irazábal que había reemplazado a don Leopoldo Toquero y Dimarias
cuando a éste de policía lo enviaron al Ejército, no de soldado, sino de
reportero.
Comenzaban los gritos: “Carlitos, cuartillas…” Era el más
común. Y rápido se les atendía. Así comenzó mi carrera de periodista. Desde
abajo. Repartía, cuartillas, lápices, cambiaba cintas de máquina, entregaba
periódicos. Y les compraba cigarrillos o chicles para disipar su aliento. No
olvido que era 1947. Y que el 4 de marzo ingresé así al mejor Diario de México.
El encuentro con el jefe de información, don Ignacio
Morelos Zaragoza, me llenó de entusiasmo. Me leyó la cartilla: pórtate bien,
atiende a los señores reporteros y redactores. Gánate su confianza. Y serás con
el tiempo como ellos. ¿Así de viejo? Pensé entonces. Hoy a mis 79 años –sesenta
de reportear-, lo confirmo, viejo periodista, no periodista viejo.
Vi desfilar a Carlos Denegri (muerto a tiros por su
esposa), Alberto Ramírez de Aguilar, Manuel Becerra Acosta, Jorge Villa Alcalá,
Regino Díaz Redondo, Julio Scherer García, cuando aún era sencillo y sin
envanecerse; el primero gran periodista. Bebía mucho. Pero cumplía como todos,
mucho. Los siguientes, fueron los nuevos timoneles. Julio, director, Alberto,
gerente, Manuel, asesor y subdirectores Villa y Regino.
Primero murió Alberto. Muchos años después, en España,
Manuel. De estos dos aprendí y me ayudaron. Me enseñaron. Me encaminaron. Por
ellos mi licenciatura en periodismo, cuando aún no había tal carrera en
universidades.
No puedo soslayar que Alberto Ramírez de Aguilar fue el
creador de la mejor y más temida, por veraz y bien documentada, columna
policíaca. Fundó “Siguiendo Pistas”. Conoció por ello de mil amenazas de
muerte. O promesas de dinero. Manuel, Alberto y Julio escribían los domingos
una columna sui géneris, por lo novedoso, de gran claridad y verdad:
“Desayuno”, firmada por el seudónimo “Julio Manuel Ramírez””. En esa primera
plana había otra,
Sería injusto no reconocer que don Rodrigo y don Gilberto
siempre estaban de común acuerdo. Se consultaban. Acordaban, pero ambos
respetaban
Allí, yo lo oí junto con don Alfonso M. López, don
Enrique Loubet, padre, Raúl Estrada, Carlos Denegri, Bernardo Ponce, el dueño
de
Nunca observé que don Rodrigo hiciera un comentario
procaz, o una sátira dura o desatinada. Observaba con su rostro, rojo, con sus
ojos verdes, lo que acontecía a su alrededor. Respondía, pero nunca elevaba su
voz. Ni reía con nadie.
Por supuesto que no olvidaré tampoco cuando al día
siguiente de haberse publicado a ocho columnas en Excélsior una fuga de
Lecumberri, escrita por mí, el 6 de diciembre de 1962, Don Rodrigo me llamó a
su despacho y me entregó, frente a Bernardo Ponce un vale por quinientos pesos,
para cobrarlo en la caja, como estímulo por, dijo, la “estupenda información”.
De don Rodrigo escuché una frase que siempre tengo presente: gran lección.
“Hay que escribir en forma sencilla, para que pueda
entender tanto el científico, el industrial, el empresario, el deportista, como
la sirvienta de casa. Las alegorías, sentenció, son el instrumento de los
pobres…” Al grano. Al pan pan y al vino vino”. No lo olvido aún.
Don Víctor Velarde repetía incesantemente desde su mesa
de redacción, cuando revisaba y, claro, corregía mi información: “Mira Ravelito
si tu nota es buena y breve. Es dos veces buena…” Víctor era de una humildad
que aterraba. Pero de un conocimiento que sorprendía. Fue él, en la redacción
de Excélsior, que inventó, apocopó muchos nombres. Por ejemplo a la
Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, la cabeceó, por primera vez:
“La Concanaco ofrece…” A
Un día que caminábamos por Paseo de la Reforma vio venir
a una hermosa dama. La saludó muy afectuoso. Con beso en
Tenía Víctor la costumbre de anotar en una libreta sus
conquistas. Y en el calendario, las fechas que le tocaba visitarlas. Era
preciso. ¿Quieres saber cómo se llama esta libretita? Sí, don Víctor. Dígame.
“Es la coñoteca”. Aprende muchacho. Yo tenía 17 años. Hace 62 y sí que lo tomé
en cuenta: escribir en forma sencilla y breve.
Así era Víctor. De grandes Facetas. Conocedor del idioma.
Maestro de grandes periodistas. Reconocido por hermosas mujeres. Pero discreto
en su deambular cotidiano. Una noche, cuando yo, como ayudante de la redacción,
salía de mi guardia a las 24 horas, me encontré en la puerta de Reforma
Partimos a Guerrero, la calle de los cabarets. Entramos a
uno, “El Jardín”. De inmediato nos asistieron bellas damas. Y tuvimos cobijo en
dos mesas, ya provistas de Ron Potrero, famoso en aquel entonces y cocas.
Brindis iban y venían. Yo, no miento, todavía no tomaba licor, sólo refrescos.
El maestro de ceremonias del centro nocturno, interrumpió
nuestra coloquial plática para anunciar en el micrófono:
“Señores y señoras –desde entonces ya existía la manía
que luego tomó por su cuenta Fox- este danzón está dedicado a don Víctor
Velarde, jefe de redacción de Excélsior y al selecto grupo de redactores que lo
acompaña…”
Luego de ello, Víctor salió acompañado de una dama. Pero
al poco tiempo, muy poco, regresaron. Víctor nos confió a todos: “quiero que
sude un poco más…” Mil risas y aplausos por su sentido del humor.
Así era Víctor. Estricto y exigente en todo. En lo
mundano y en lo cultural. No se diga en lo periodístico.
En cambio don Manuel Becerra Acosta, con su voz de
trueno, aterraba, sin razón, a sus reporteros. Apenas se apersonaba en
Nunca se disipó la duda, pero era
gente fina, de buenos modales. Con yerros también. Por ejemplo, cuando se le
encomendó cubrir la llegada y conferencia de prensa de la nadadora y actriz
norteamericana Esther Williams, salió perfecta
Al día siguiente, la embajada estadounidense llamó a don
Rodrigo y le pidió aclarar la nota de don Santiago. Preguntó el Skipper: “¿Qué?
Le faltaron datos…”. “No, señor. Le sobraron”: ¿Cómo dijo? “Le sobraron, señor,
la nadadora no llegó a México.”
Don Rodrigo llamó a don Santiago. Le puso una
alternativa. Firma una excusa. O su renuncia. La primera apareció al día
siguiente.
Esto no acontece hoy. Simple y sencillamente al
periodista que miente deliberadamente o falta a la verdad se le disculpa. O
para llenar el expediente el periódico –a veces la televisión o el radio-
publican una réplica que no los perjudica ni los beneficia, sino como decía un
gobernador de Chihuahua, todo lo contrario. Me acuerdo que ese político era
Manuel Bernardo Aguirre.
Vuelvo a Luis Cano, chaparrito. Se sentía hispano, sin
serlo obviamente. Y ganaba buen dinero, como todos antaño, pues amén del
salario, disfrutaban de comisiones publicitarias, bien habidas, y además,
¿quién no lo sabe? El famoso chayo.
Una noche, como a las 23 horas, un grupo de reporteros de
la vieja guardia jugaban, sobre el escritorio de don Pablo Sánchez, ya ausente
a los dados. Estaban Luis R. Antuna, Carlos Denegri, Felipe Moreno Irazábal,
Jesús M. Lozano, Oscar Kaufman y yo, como mirón. Se lanzaban los dos cuadrados
y alguien recogía el dinero apostado. Así sucedió y transcurrió una hora. Jesús
M. Lozano, tenía la mano izquierda llena de billetes, cuando apareció,
intempestivamente don Rodrigo de Llano. Se les quedó mirando y cuando se
percataron, cesaron su juego de azar. Don Rodrigo preguntó a Lozano: “¿No está
usted de guardia en la mesa de redacción? Sí señor, le respondió humildemente
Lozano, con quien llevaba buena relación y enseguida el Director General lo
reprendió y dictó, allí mismo, un castigo: “Está usted suspendido tres días”.
Señor, respondió Lozano, “que sean siete, por favor, para disfrutar en Acapulco
de estos tres mil pesos que gané… Don Rodrigo, dio media vuelta, y sin contestar,
se retiró. No acababa de salir de la redacción don Rodrigo, cuando todos, sin
excepción, estallaron en risa.
Y esto me hace acordar lo que don Pablo Sánchez me
preguntó inquieto, sobre el deterioro de la pared –en donde estrellaban los
dados los reporteros en la noche- “¿habrá ratones? “No, don Pablito, hay ratas
y muy grandotas… le dije.
Y sigue la
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craveloygalindo@gmail.com
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