Por
Alejandro Ruíz Robles
Cuando éramos niños, usualmente disfrutábamos al máximo todos los momentos,
ya fueran en la casa, la escuela o en cualquier lugar. Lo importante era que
siempre veíamos la manera de reír o sonreír sin pretender encontrar mayor razón
o pretensión.
Realmente buscábamos ser sonrisas en nuestro mundo de felicidad, ya fuera
en compañía de nuestros familiares, amigos, conocidos e incluso, seres
imaginarios.
La Risa como la Sonrisa siempre fueron parte de nuestra personalidad.
No había lugar ni momento que no quisiéramos mostrar nuestra alegría.
Sin embargo, conforme vamos creciendo también disminuyen las risas y
sonrisas, a tal grado que es importante preguntarnos: ¿Cuándo fue la última vez
que sonreímos al trabajar?, ¿Disfrutamos realmente lo qué hacemos?, ¿Somos felices
en el trabajo?, ¿Somos la compañía que merecen las personas que amamos?
“Dos … ¡Patada y Coz!”
Y tal pareciera que en la medida que se desdibuja nuestra sonrisa habitual
y se convierte en esporádica, es en la misma proporción que incrementamos
nuestra cruda visión hacia la realidad.
De tal manera que conjugamos el “Burro Castigado” en nuestra persona; con
nuestro gesto adusto, serio y lleno de preocupaciones.
¿En qué momento nos transformamos?
Es cierto, crecer duele, pero en muchos momentos el dolor lo hacemos
nuestra forma de vida.
¿Por qué no volver a ser la risa y sonrisa que
llenaba de vida nuestra niñez?
“Pinto mi rayita …”
Y efectivamente, conforme vamos creciendo, nos llenamos de
responsabilidades y compromisos que acotan nuestras acciones y dejamos de
encontrar la chispa constante en nuestro actuar.
De pronto, la regla se convierte en “a mayor edad menor felicidad”.
El camino que vamos desarrollando a cada paso es el que con acciones u
omisiones hemos elegido y con ello, limitamos no sólo lo que no nos interesa
sino también las risas y las sonrisas que nos caracterizaban.
Las prioridades cambian y pareciera que ya no buscamos ser felices a cada
instante sino estar en una zona de comodidad, seguros de quienes somos y a
donde vamos.
El ser cambia por el hacer y tener y quizás con ello, la visión que
teníamos de nosotros se endurece.
“… Pásalas si no te quemas …”
El ahora nos puede reflejar una realidad idónea, comodidad, un pensamiento
sólido y estructurado … pero también, desafortunadamente, en muchos casos un
distanciamiento con la felicidad y los motivos simples que nos hacían dichosos.
De hecho, en ocasiones disfrutamos las vicisitudes más que de las alegrías.
Poco recordamos la felicidad que se presentaba en los detalles simples de la
vida.
Somos tan sofisticados que olvidamos lo que nos hacía sonreír y lo ahogamos
en otros satisfactores y vicios.
La riqueza que encontrábamos en nuestra niñez, la
desdeñamos por ser una muestra de la pobreza en nuestra madurez.
“Botellita de Jérez …”
Es cierto, sin duda el tiempo nos cambia y la forma de vivir cada etapa es distinta,
pero … ¿qué pasaría si volvemos a lo que nos hacía felices y tomamos algo
de ello para inyectarlo a nuestra vida actual?
Los problemas existen y sin duda, tenemos que vivirlos y solucionarlos,
pero si mostráramos un mucho o un poco de la actitud relajada y festiva que
teníamos de niños para afrontarlos … ¿no sería mejor?
¿Hay razones para limitar todas las conductas positivas que tuvimos de
niños con tal de afrontar una madurez adulta?
¿Qué tanto del niño que fuimos puede aportar al
adulto que somos?
“¡…Encantado!”
El pensamiento fantástico y la actitud aventurada que tuvimos en nuestra
niñez puede ayudar en mucho a lo que hoy somos. … ¡Tomemos lo mejor de ello!
A veces, el cambiar de perspectivas nos ayuda a encontrar mejores
respuestas a los problemas e incluso, hace más agradable la estancia de quienes
nos acompañan.
Esa actitud mágica que nos llenaba está en nosotros, basta que así lo
decidamos y la hagamos una realidad.
El encanto que nos rodeaba de pequeños no tiene
porque ser un distante de nuestro presente. … ¡Invoquemos esa magia!
“Piedra,
Papel o Tijera”
Cada uno de nosotros tenemos la opción de afrontar el presente y buscar el
futuro de acuerdo con quienes somos, con los conocimientos, herramientas y
experiencias que la vida nos ha dado; sin embargo, el niño que fuimos también
forma parte de nosotros. Olvidarlo a menudo nos lleva a actuar como si
hubiéramos nacido a esta edad y con ello, a prescindir de una parte básica de lo
que somos y de dónde venimos.
Parafraseando un poco la frase atribuida a Napoleón Bonaparte de “Aquel que
no conoce su historia está condenado a repetirla”, yo diría que “aquel que
niega su niñez está condenado a arrepentirse”.
Cambiemos los hábitos que no nos hacen mejores
personas con aquellos que nos llenaban de júbilo a la manera de “enojo,
seriedad y frustración” por “alegría, felicidad y plenitud”.
La vida es solo una y hoy nos toca ser la mejor persona para nosotros
mismos, para quienes amamos y para quienes nos rodean; desafortunadamente, no
siempre lo logramos, ya sea por las presiones, los problemas o en general, las
circunstancias que vivimos. Eso nos lleva a reaccionar y convertirnos en alguien
que actúa de manera distinta a quienes pretendemos ser. Quizás sea momento de
repensar en quienes somos y cambiar por nosotros.
Si las risas y las sonrisas que nos llenaban de vida en nuestra niñez
se han perdido … ¡quizás sea un buen momento para que el adulto que habita en
nosotros las retome!
Si cambiamos nosotros los comportamientos que nos limitan por acciones
que nos llenan como personas, seguramente será una grata inversión no solo para
nosotros sino también para quienes nos rodean.
Tengamos el rol que sea, como emprendedores, empresarios, trabajadores,
etcétera, al final como al principio … ¡somos personas! y como tales, debemos
actuar a plenitud.
“¡Un, dos, tres por el Niño que Fui!”
“¡Un, dos,
tres por el Adulto que Soy!”
“Un, dos,
tres por tener una Vida en Plenitud!”
Cambiemos un poco o un mucho al adulto que somos por el niño que fuimos
… ¡Total! … ¿Qué tanto es tantito?
0 Comentarios